‘Más vale solas que mal acompañadas’, el monólogo
¡Beto y Enrique!, gritó Ximena, escandalizada, al descubrir a su marido y al otro en posición que no ofrecía ninguna sospecha. De súbito giró el cuello hacia los espectadores, y casi gesticulando anunció: ¡y no es Plaza Sésamo! Entonces el gentío estalló en carcajadas.
Otra vez con el Teatro Socorro Astol con público sentado hasta en los pasillos, el quinto día del Festival de monólogos Teatro a una sola voz se resolvió en una catarsis fantástica; el actor Luis Falcón, desde su entrada a escena haciendo el papel de mujer (con toda la dosis de travesti), llegó partiendo plaza, ganándose las simpatías de hombres y mujeres.
Lo que hubo fue un montaje del género teatro de cabaret, con el nombre Más vale solas que mal acompañadas, de Humberto Robles y dirigido por el propio Falcón, que no ocupó de ningún bar con bebida incluida (lo más usual para este tipo de propuestas) para desarrollar un personaje femenino mezcla mitad canción de Lupita Dalessio y mitad canción de Jenny Rivera, pero finalmente un pincelazo fantástico y divertido de una mujer mal atendida en las cosas de la intimidad.
Fue la historia de una tal “Ximena” que según pertenecía a la high class de la ciudad (Culiacán) pero que más bien parecía buchona sinaloense, con una sirvienta llamada “Brenda Jaqueline” (pronunciada con “j”), la “minusválida mental” de aquella su patrona tan dada a vestir de marca, resuelta a irse de “shopping” para atemperar la frustración que le provocaba un marido (“Beto”) que le negaba atención marital, porque éste prefería “jugar” tenis con su íntimo amigo “Enrique”.
Luis Falcón no hizo público la pasada noche del jueves 14 de julio: más bien lo que tuvo fue un compactado cómplice de “Ximena”, logrando que ésta hiciera corear al respetable cualquier cosa que quisiera que coreara; y hasta lo que no, porque de repente se oían voces que ni siquiera las sugería el libreto, lo que permitió una interacción extraordinaria entre actor y asistentes, y una muestra de improvisación de Falcón totalmente plausible, a quien en medio del monólogo se le rompió un tacón y tuvo la simpática ocurrencia de decir: “Puedo hacer esto y más”.
Y pues a “Ximena” nada más le faltó darle a probar a “Beto” caldo de pollo Knorr Suiza (como en aquel viejo comercial de una mujer gorda abandonada por el marido) entre todos los artilugios que se inventó para ver si a su pareja se le antojaba un apapacho, y nada, pero nada de nada. Y cierta (otra) tarde de frustración salió de shopping, pero se le reventó una llanta del auto y tuvo que volver a casa; fue entonces cuando descubrió a “Beto” con su íntimo “Enrique” haciendo “cositas”. Y gritó que aquello no era Plaza Sésamo.
A la pobre “Ximena”, en ese momento, le pasaron por la cabeza nombres como los de Christian Castro, Humberto Moreira, Marco Antonio Regil, Javier Alatorre y Ernesto Laguardia, pero el público, que no se aguantó, incluyó los de “Malova” y Enrique Peña Nieto, pues para eso era teatro de cabaret, jocoso e irreverente.
Por supuesto que se divorció y hasta propuso dejarle a los niños a él, a manera de castigo. Y se consiguió otras parejas varones, no sin antes pasarlos por un test que recomendó a las mujeres presentes como infalible, como preguntarles si les gustaba la comedia musical (¡tache!), o si habían llorado cuando mataron a la mamá de Bambi (¡tache!). Y fue feliz para siempre.