Cuando te matan los bichos y la tristeza

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  • El Grupo Sabaiba Teatro llevó a escena la obra ‘Más encima… el cielo’, dentro de los Lunes Culturales Universitarios, con las excelentes actuaciones de Emma Sánchez y José Luis Jiménez.

Culiacán, Sin.- Altagracia no murió por la picadura de cualquiera de los bichos que trajeron las aguas con que empezaron a llenar la nueva presa. A Altagracia la mató la desesperanza, el abandono, la pobreza, el no ser nadie frente el desenfreno desalmado del ‘progreso’, ése que decretan los gobiernos y que en muchos de los casos ahogan ilusiones y vidas; y en el caso particular de la historia contada a través de la obra ‘Más encima… el cielo’, de Sergio Galindo, entierra a pueblos enteros, como ha sucedido en Sonora y Sinaloa, y en tantos otros sitios, cuando las fauces de la economía dan por sentado, a costa de lo que sea, que hacen falta ‘modernas’ obras hidráulicas para el ‘bien común’.

Con las magníficas actuaciones de Emma Sánchez, en el papel de ‘Altagracia’, y de José Luis Jiménez, personificando a ‘Fortunato’, se trata de un matrimonio de edad adulta que se mira en la necesidad de juntar sus ‘cachivaches’, abandonar hogar y tierra, y mandar sus propios recuerdos al carajo, para salir con premura de su pueblo y el de sus ancestros, porque ya las corrientes acuáticas han sido activadas para el llenado de la presa, haciendo uso de un lenguaje coloquial, profundamente norteño, vivaz pero triste, dicharachero pero trágico, fresco pero inmerso en la oscuridad del desasosiego.

Bajo la dirección de Lázaro Fernando Rodríguez y llevada a escena con el Grupo Sabaila Teatro, la obra ‘Más encima… el cielo’, ofrecida en el marco de los Lunes Culturales que organiza la Coordinación General de Extensión de la Cultura de la UAS, a través de sus direcciones de Actividades Artísticas y Académico Cultural, cuenta con todos los elementos que la inscriben en la línea del teatro regional, pero universal, sin lugar a dudas, porque el abuso sobre la clase pobre ha sucedido, y sucede, en cualquier sitio del mundo.

En resumen, en el desarrollo de la historia ‘Fortunato’ y  ‘Altagracia’ amanecen un día con la premura del desalojo, juntando esto, recogiendo aquello, cuando en un instante de mala suerte ella siente la mordedura de un bicho, sin saber de qué tipo, a cabalidad; pero continúa con las carreras, hasta que el dolor le pone un alto; y como en los pueblos de pobres no existen médicos a  la mano; y porque además la comunidad ya huele a abandono, él le corta la piel a la altura de un tobillo en un intento de que el veneno salga, junto con la sangre; pero Altagracia no resiste y muere; por el bicho y por la tristeza, por la mordedura y el desespero; por la ponzoña y por la ausencia de luces en el horizonte.

Y allí queda ‘Fortunato’ llorándola, ella tendida sobre un catre viejo, al costado de todos los enseres que habían logrado reunir para emprender la fallida retirada; al menos la de ‘Altagracia’, que se murió junto con las ilusiones de un pueblo que sin remedio quedaría ahogado por las aguas de una presa que sus moradores nunca pidieron ni necesitaron. Fue por el ‘progreso’. Fue por la ‘modernidad’.

Y el público, en el Teatro Universitario, la tarde del lunes 4 de noviembre, salió con un sobresalto, todavía con los ojos llenos con las imágenes de una escenografía sugerente, acertada e imponente, con elementos que recuerdan la casa del abuelo que vive en el rancho, donde no faltan las vasijas del peltre, la montura, el baúl desvencijado, las cachimbas, las jabas y la nostalgia.

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