- La Libélula Dorada, de Colombia, escenificó La Peor Señora del Mundo, como parte de la programación del Festival Internacional NORTÍTERES 2018
¡Ya cayó, el muro ya cayó!, ¡ya cayó, el muro ya cayó!, coreaban los vecinos que días atrás habían armado una caravana migratoria, huyendo de los maltratos de que eran objeto. Y no eran precisamente centroamericanos, ni ‘Tobías’ -uno de los migrantes- se había quejado porque le daban de comer frijoles y tortillas, sino un concentrado de alimento para perro. Eran los afectados de un pueblo imaginario de América del Sur, hartos de ‘Margot’, la villana desalmada que sin motivos, por mero gusto, tundía a golpes al primero que tuviera a la vista, así fuera a su propio hijo, a quien alimentaba con croquetas para animales.

Con el Teatro Universitario a reventar, La Libélula Dorada, de Colombia, en el marco de la programación del Festival Internacional NORTÍTERES 2018, ofreció uno de los cuentos clásicos escritos para niños, La Peor Señora del Mundo (original del mexicano Francisco Hinojosa), bordeando situaciones que de repente hacían piso en la realidad, como cuando la malévola ‘Margot’, como si fuera Donald Trump, levantó un muro en rededor del vecindario para encerrar a los pobladores, de tal forma que nadie pudiese escapar a su tiranía, que disfrutaba como si fuera cosa buena.

Su perversidad se hizo evidente desde la primera escena, desplumando a manotazos a un pobre pajarraco azul; pero su alma oscura fue aun más obvia cuando apareció su hijo ‘Tobías’, a quien obligó a comer croquetas de perro y no siendo suficiente, lo espetó a tremendos golpes y los gritos del niño llegaron a crispar a los vecinos. Y entonces se le puso enfrente don ‘Genaro’. Y a porrazos lo devolvió. Y lo mismo a ‘Toñito el policía’. Y a doña ‘Griselda la ciega’. A todos. El público, colmado de niños y adolescentes, exclamó un ¡ah! de incredulidad cuando ‘Margot’ le dio de comer una cucaracha a su hijo.

Entonces, tanto ‘Tobías’ como el resto de aquel pueblo llamado Turambul, ante la incapacidad de vencer el espíritu maléfico de ‘Margot’, decidieron armar una caravana migratoria. Luego ella, al verse sola, se disfrazó de oveja buena y les envió un mensaje con el pajarraco azul. Que estaba arrepentida. Y se la creyeron. Y con todos de regreso, hacia la noche levantó un muro de hierro para que nadie escapase. Y ni los elefantes pudieron hacerlo. Nada. Nadie.
Y los’turambuleños’, sin ya no poder soportar ni siquiera el maltrato con el golpetillo de un pétalo de rosa, urdieron el luminoso plan de aceptar lo malo como si fuese bueno, algo así como para destantear a La Peor Señora del Mundo, como para que hiciera crisis su percepción de la maldad. Y a ‘Tobías’ le dio croquetas. Y él dijo que estaban riquísimas. Y a don ‘Genaro’ le dio un descomunal trancazo. Y él pidió otro para repetir la felicidad. Y cada quien del pueblo hizo lo mismo. Y entonces ‘Margot’, desquiciada, vio que cada maldad era traducida en felicidad, de tal manera que empezó a hacer lo contrario: el bien, según, para que ellos se sintiesen de lo peor.

Todos los cables se le cruzaron el día que descubrió a los lugareños dándole besos al muro, que por lindo, que por bonito, que gracias, Dios mío. Y como vio que el muro era bueno para los ciudadanos de Turambul, ni tarda ni perezosa urgió en quitarlo. ‘Margot’, desde lo alto de su locura, dio en decir que ella tramaba “las mejores malas cosas del mundo”. Y de allí la algarabía: ¡Ya cayó, el muro ya cayó!, ¡ya cayó, el muro ya cayó!
Y la luz de la paz volvió al pueblo. Y todos eran dichosos con las dizque maldades de la mujer, pues hasta nieves de vainilla les servía con tal de que ‘sufrieran’. Y hubo fiesta. Y juegos pirotécnicos. Y todo cristo a la redonda gritó vivas por contar con “La peor mejor señora del mundo”, como concluyó la espléndida historia llevada a los títeres, tras la dramaturgia de Iván Darío Álvarez, con su dirección y la de su hermano, César Santiago.