Por siempre feminista, pero llegaría a confesar que no veía en cada hombre a un enemigo, Amparo Ochoa le cantó al amor y al desamor, a la mujer y a los estudiantes; y a todos cuanto requirieron de su solidaridad en los momentos precisos, por lo que fue común descubrirla, con guitara en mano, repartiendo sus canciones como soles; o justo como la describiera Elena Poniatowska: anunciando la buena nueva, pregonando el día de la liberación y el deseo de que a ningún niño le faltara su cometa. Tras su fallecimiento, el entonces Rector de la UAS, Rubén Rocha Moya, había de declararla Universitaria Distinguida, y fue su deceso un lamento que trascendió las fronteras mexicanas, como los de Mercedes Sosa y Carlos Mejía Godoy, porque se había ido una Ciudadana del Mundo, la fiel representante de un estilo de canto genuino, a la altura de su entereza y con fidelidad a sus ideales. No sabíamos que era tan necesaria, llegó a escribir Federico Álvarez del Toro. Y sigue siendo de esta manera, porque Amparo Ochoa hace falta cada vez que nos inundan las corrientes tristes, o para lanzar destellos de alegría durante las horas buenas. Pero contamos con el legado de sus canciones.

JULIO BERNAL

Autor del libro Amparo Ochoa. Se me reventó el barzón

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