Era el año 1978 y en aquel entonces la UAS decidió otorgar el grado Doctor Honoris Causa a Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Juan de la Cabada y José Emilio Pacheco; y días antes del acto protocolario, Miguel Tamayo fue y sacó al rector Eduardo Franco de su oficina, lo llevó a un sastre y ordenó que le confeccionarían un traje a la medida; también se encargaría de que en la fecha de la ceremonia, el alto funcionario se presentara debidamente peinado. Era aquella época del romance revolucionario universitario, con alumnos y maestros vistiendo de mezclilla y con la cabellera al aire.
Así lo recordó Rodolfo Arriaga Robles, director del Taller de Teatro de la UAS (Tatuas), durante la charla virtual que sostuvo con el director Académico y Cultural de la casa de estudios, Fernando Mejía Castro, así como con Alberto Bueno y Carlos Rochín, en el marco de la reapertura del programa Universarte, dedicado ahora a Personajes Universitarios, adscrito a la barra online de la Coordinación General de Extensión de la Cultura.
Con un caudal enorme de anécdotas fue rememorado don Miguel Tamayo Espinosa de los Monteros, quien, de acuerdo con palabras de Alicia Montaño Villalobos, más que un promotor, más que un escenógrafo, museógrafo, productor o mecenas, se le debe recordar como un patrimonio cultural de los sinaloenses, según consta en un documental que circula en plataformas universitarias.
En el transcurso del programa, transmitido por Facebook Live a través de la cuenta Cultura UAS, se evocó una gira del Tatuas a La Habana, Cuba, donde presentarían la obra El Oro de la Revolución Mexicana, de Óscar Liera; y hubo necesidad de conseguir elementos escenográficos en aquella ciudad, de tal manera que abrieron unas bodegas para que Miguel Tamayo eligiera lo que necesitara; fue allí, dijo Rodolfo Arriaga, cuando vio el dolor de un cristiano atestiguando lo que la Revolución Cubana había hecho con las imágenes y elementos sacros, regados por todos lados.
Pero el mismo Arriaga Robles sacaría a colación los eventos desafortunados de 1991, en Culiacán, cuando el señor Tamayo emprendió una lucha sin cuartel contra el obispo de entonces, doctor Luis Rojas Mena, quien sin consultar a ninguna autoridad, sobre todo al INAH, decidió retirar el púlpito de la iglesia Catedral. El propio Arriaga se extrañó, porque concebía a Tamayo como un católico consumado. Pero él le respondió: “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
Más de una hora de historias, de nostalgia y de reconocimientos se hizo sentir a través de las redes, con un gran cúmulo de internautas celebrando el hecho de que la UAS no olvidara a don Miguel Tamayo, el hombre, como dijera Rosa María Peraza, que no se sirvió de la Universidad, sino que sirvió a la Universidad a lo largo de 52 años como trabajador activo.