Culiacán, Sin.- Con todo y las fiestas carnestolendas encima, las butacas del Teatro Universitario se vieron topadas de estudiantes preparatorianos, niños y familias enteras. Y es que fue el Grupo Filibusteros de la UAS, dirigido por Ramón Perea, quien engalanó el escenario con el espectáculo El Fantasma de Imala, dividido en dos historias, en el marco de los Sábados Culturales Universitarios.
En un de repente se escuchó música tradicional mexicana, resultando ser La Calaca, del repertorio de Amparo Ochoa, mientras unos titirititos pintaban de colores el interior del teatrino, con su respectiva coreografía.
Y aparecieron dos vendedores, uno de tamales y otro de pan, esto es, Don Frijol y Don Tortillas; y se oyó aquello de “mande al niño con la cubeta, a sólo 20 pesos los tamales rojos, los verdes también, los azules, naranjas, los lilas y los salados”, que era el grito de Don Frijol por las calles de Imala, mientras que Don Tortillas recorría las mismas calles, pero ofreciendo sus panes y hasta tortillas ‘chuecas’.
Pero no todo era amistad entre ellos, porque, según contó Don Frijol, él le guardaba corajito a Don Tortillas, desde que éste le ‘quitó a Petrita, de la comunidad de Ratoneras, y que pues ella había sido el amor de su vida, su novia desde el kínder, a quien había conocido -acotaditos uno enseguida de la otra-, en los cuneros del Seguro Social; hasta que llegó la fecha de aquel fatal festejo del Día del Niño, cuando Petrita bailó una cumbia con Don Tortillas y a partir de allí se olvidó del vendedor de tamales.
A doña Muerte no le parecía bien aquel encono, porque la de Petrita había sido una decisión libre y debía respetarse, de modo que se le ‘apareció’ a Don Frijol con el plan de ponerle un hasta aquí, so pena de ‘llevárselo’ de patitas al ‘otro mundo’, cosa que al tamalero espantó, prometiendo su amistad a Don Tortillas, ahora que sí: ‘hasta la muerte’. Y esta fue la primera historia.
En la segunda, entró a escena el Calcetines, quien andaba buscando a Plumajero, y viceversa. Cuando finalmente se encuentran, ambos se toparon con Chabacano, -personaje que, a los ojos de Calcetines, no parecía una persona normal, sino más bien una ‘aparición’, alguien sin rostro- quien les ofreció hospedaje en una casa situada en el poblado de Imala, pero con el inconveniente de que era una vivienda sólo disponible para niños valientes, dizque porque en ella habitaba un fantasma.
Una vez dentro de la casa, Calcetines y Plumajero se mostraron temerosos, incluso arrepentidos de haberla rentado, porque hacia la noche oyeron gritos desaforados, concluyendo en que sí había un fantasma.
Pero tenía que dormir y quisieron echarse sobre un colchón, que resultó encantado el condenado, pues cada vez que querían acostarse, se movía de aquí para allá y acullá; sin embargo, no era un ‘encanto’ el causal del allá para acá, sino un montón de cínicas pulgas, incluso algunas hasta con pestañas postizas. Y anda, que los animalejos saltaron a la cabeza de Plumajero; y Calcetines, para auxiliar a su compañero, se dio tremendo agarrón con ellas.
Por fin quedó limpio de pulgas el colchón y decidieron ‘caerle’ para descansar; al ratito, de repente, según un Fantasma se apoderó de Calcetines y lo ‘paseó’ por todo el cuarto; pero cosa rara: se despertó y vio que no estaba sobre el colchón, pensando que nada más se había dado un guamazo. Plumajero, sin embargo, creyó que sí existía el Fantasma y abandonó la habitación. Su compa, en cambio, decidió acostarse de nueva cuenta. Pero volvió el Fantasma con sus travesuras, sólo que esta vez Calcetines decidió darle pelea, empezando por perseguirlo y, cuando por fin lo alcanzó, se dio cuenta que el fantasmita no era otro que Plumarejo. ¡Caramba!
Es así como concluyó el espectáculo El Fantasma de Imala, en el que actuaron Ramón Perea y su hijo, León, en el marco de los Sábados Culturales Universitarios, como también se conoce a Universarte de la UAS, programa a cargo de la Coordinación General de Extensión de la Cultura, a través de sus direcciones de Actividades Artísticas y Académico Cultural.