Kame hame ha, en el Festival de monólogos
Benito quería crear un círculo de energía con las manos luego de haber juntado las muñecas, echarse para adelante y exclamar con fuerza ¡kamehamehaaa!, mientras lanzaba una esfera blanca y mortal en la cara de sus enemigos, pero el infantil y asesino representante del comic Dragon Ball que se había salido de la pantalla de la tele, estaba acabado, la realidad del mundo delincuencial, al que pertenecía, superó su propia ficción y ahora estaba allí, muriendo, con la garganta partida en dos.
A grito abierto y lo que le valdrían serias dificultades para matizar en momentos posteriores de la obra, el actor Alex Morán empezó representando el papel de “Benito” en el monólogo Kame hame ha, original de Jaime Chabaud y con la dirección de Daniel Patiño Martínez, frente a un lleno total del Teatro Socorro Astol, atestiguando el tercer día de actividades del Festival de monólogos Teatro a una sola voz.
Aunque la propuesta de Chabaud podría tener varias lecturas, son tres las que se imponen: primero, el haber escrito un libreto que pudiera atraer el interés de los jóvenes como público teatral, tan escaso en México; segundo, la recreación del sicariato nacional, común a lo largo y ancho de la república; y tercero, la denuncia implícita y explícita sobre la existencia de millones de jóvenes desocupados y sin oportunidades, tildados de ninis con desfachatez oficial, pero magnífica carne de cañón para el crimen organizado.
Esta tercera lectura fue la que le valieron los aplausos más sinceros y abundantes a la propuesta escénica, que en sus últimos minutos fue dando pie al mitin, al reclamo, a los señalamientos sobre un tema sensible en el espíritu nacional, negado a aceptar al crimen y las desapariciones y los secuestros como algo natural en la vida cotidiana, negado a reconocer sin chistar que los jóvenes, o un niño de 14 años como “Benito”, sean reclutados como sicarios.
Atrás, al final de la obra y con una parte del público de pie, quedó la historia del jovencito al que cuando muy niño le acuñaron el apodo de “El pañal”, pero que no se lo volvieron a decir cuando alcanzó el “trofeo” de su primer cadáver, y que a partir de entonces se le reconoció como un “Saiyajín”, esto es, como un guerrero del espacio, el representante del personaje de ficción de su comic favorito, el niño sicario que habría de sumar 7 muertes para cuando le llegó la suya, a los 14.
Atrás se quedó esta historia, más contada que actuada, con problemas para reflejar la acción en los diálogos, lo que provocó que el actor desgastara energía intentando mostrar lo que decían sus palabras; atrás se quedó aquella historia, con saltos de tiempo y espacio desvanecidos, y con un fraseo desenfrenado que rayaba en lo ininteligible.
Pero, delante (corazón latino, al fin) muchos se llevaron impresa la imagen del “Benito” quien desde muy niño no escuchó otra cosa más que “cállate”, con un padre ausente y una madre que quizá alguna vez soltó una brisa ligera parecida a cariño. Y que pobre. Y que solo. Y que Dragon BallZ en sus fantasías. Y que fumó mariguana a los 8. Y que niño sicario y que 7 asesinatos. Y que lo mataron a los 14.