ENAMORAN EL RITMO Y LA CADENCIA DE FLOR AMARGO

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  • Ofrece recital en los Viernes Culturales de la UAS

Como a Julión Álvarez, quizá a ella nunca la inviten a hacer el ridículo cantando el Himno Nacional en un  partido de la NFL en México; o en el extremo de la imaginación en circunstancias dudosas,  a lo mejor sí la llevan al Estadio Azteca para inyectarle al tumulto una extraordinaria dosis de optimismo, de energía y confianza personal. Pero como no es una artista palenquera y por lo mismo está lejos de ser una estrellita para que los reporteros, en lugar de reportar, se hagan selfies con ella, en cambio Flor Amargo está tremendamente orgullosa y feliz de ser un artista callejero, sobradamente original.

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Los Viernes Culturales de la UAS echaron chispas con la presencia de la cantautora mexiquense, quien sin artilugios de iluminación, escenográficos o coreografías, partió escenario (como decir, partir plaza) con la única e insustituible compañía de su teclado, que desde un principio arremetió con la destreza sensacional de un académico y la ejecución de un ser sobrenatural, llamado a encantar a los alegres mortales que hayan tenido la feliz eventualidad de apostarse en las cercanías.

Flor Amargo, enfundada de negro y un pelo afro provocativo, se apareció interpretando La, la, la, o mejor dicho, haciendo del estribillo su bandera de vida, pero con una cadencia tan particular y envolvente, que el público, cuando ya estaba atrapado dentro, se dio cuenta que lo que había era una historia en la que siempre se cuenta la verdad, en donde ser aprendió a mirar los caminos andados y en donde hay que sonreír, a pesar de los pesares, incluso sonreír ante la fatalidad de los finales, porque los hay inexorablemente.

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A partir de entonces, Flor Amargo se echó al bolsillo a quienes no la conocían; a ella, un fenómeno de las redes sociales, que no arribó al patio de la Casa de la Cultura Miguel Tamayo, donde se montó el escenario, a derramar lagrimitas dramáticas con la docena de canciones del repertorio, sino anteponiendo su energía constante, su personalidad recia, su canto por mucho provocativo, como un refrescante baldazo de agua frente al canto insulso y cursi que tanto se estila en los parangones del éxito.

Quizá el momento más evocativo fue cuando cantó Busco a alguien, que grabó junto con Mon Laferte, que jamás podría tomarse como un ruego o el lamento de quien se sabe sola, sino una declaración de inteligencia, una exposición de todo lo que puede significar, para bien, el encuentro de la pareja adecuada; tema que por cierto fue coreado por quienes han seguido la trayectoria de Flor Amargo.

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El encore de su recital íntimo en los Viernes Culturales de la UAS estuvo teñido de honestidad, pues Flor Amargo podría haber presumido los foros que le ha tocado visitar y compartir con artistas cuyos nombres han sido los principales de las marquesinas; antes al contrario, Flor Amargo se confesó como una cantautora de las esquinas, a un lado del mago, de la vendedora de bisuterías, del señor de las limosnas: descalza, se dijo una orgullosa intérprete del Centro Histórico de la Ciudad de México; ella, un Artista callejero, como se intitula la canción final; de la calle, no del Estadio Azteca, no de los palenques.

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